Poreč (se pronuncia Porech) es una ciudad muy peculiar. Se llega tras recorrer una interminable costa sin encanto y con demasiados complejos turísticos decadentes. El paseo marítimo esta dedicado completamente al turismo, repleto de vendedoras de encaje o cerámica. De repente, al girar en una pequeña calle soleada, todo cambia: la ciudad empieza a tender sus redes entre las casas de piedra delicadamente decoradas, hasta atraparnos de lleno cuando llegamos a la basílica. El mejor momento para descubrirla es al final del día: silenciosa y vacía con una serenidad deslumbrante y la calidez del rosa de sus muros o la luz dorada que emana su bóveda… Decenas de ojos almendrados, dulces y tiernos, nos observan desde lo alto. Tras catorce siglos entre la tierra y el cielo todavía se encuentran a medio camino pero no parece importarles.