EL PAIS VIAJES
28/08/09
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Hedonismo en vena
Dos islas que brillan entre las dos mil de Croacia. Hvar, refugio adriático de Bill Gates, y Korcula, que reclama a Marco Polo como su hijo más célebre
CARLOS PASCUAL – 29/08/2009
En el muelle no dejan de alinearse yates relucientes, despampanantes, cada cual con más metros de eslora. Los curiosos hacen como que no, pero sí, remolonean y se quedan a ver quién baja. Si no es a pie de escalerilla, saben que en la terraza del hotel Riva, justo enfrente, podrán cazar a algún famoso; y si no, unos pasos más allá, en Carpe Diem (ya saben, la máxima de Horacio, y de Ronsard: agarra el instante, corta las rosas de la vida, mientras puedas). Es posiblemente la discoteca más famosa del Adriático y desde luego el hotspot de Hvar, donde no es raro tropezarse con una princesa, o con Bill Gates, que suele fondear en las calas de las islas Pakleni.
Hvar (pronúnciese Juar) es la más famosa y tal vez la más hermosa de las casi dos mil islas que tiene Croacia. El puerto y la ciudad de Hvar no pueden tener mejor escudo. Los islotes Pakleni, deshabitados, forman una especie de mampara protectora frente a la bocana. La dársena se cuela hasta la plaza mayor, que parece un decorado de ópera, o una vedutta de Canaletto, con la catedral de perfil veneciano al fondo, palacios y casas de piedra lechosa en los flancos, y el Arsenal (astillero) en cuyo piso alto se encuentra uno de los teatros más veteranos de Europa (1612).
Dársena y plaza parten en dos a la ciudad, que se arrellana sobre dos colinas; por una ascienden callejuelas cuajadas de casas patricias y palacios góticos, hasta el llamado Fuerte Español (que es un fuerte veneciano, levantado al parecer por dos ingenieros españoles). De día, es el mejor mirador; de noche, una discoteca al aire libre. En la colina de enfrente, casas y emparrados se van desparramando hasta el convento de los franciscanos, cuyo refectorio está presidido por un gigantesco lienzo de un pintor de escuela veneciana llamado Matteo Roselli.
Las referencias a los venecianos son continuas. Fueron los que más huella dejaron en la isla. Mucho antes habían estado los griegos, y en la época de las Cruzadas Hvar había sido una especie de estación de servicio para la tropa caballeresca. Con la República Sereníssima alcanzó tal opulencia que los venecianos no consintieron que los turcos fueran más allá de sitiarla y pillarla fugazmente. También estuvo de moda bajo el imperio austrohúngaro, por su clima: los médicos la recetaban a aristócratas pachuchos. Después siguió, de lejos como quien dice, los destinos del país: Tito, la guerra reciente…
Una isla tranquila. Pura estampa mediterránea, aunque se refleje en el Adriático: pinos, carrascos y sabinas cubren el lomo salvaje de esta serpiente marina de 80 kilómetros de largo y apenas una veintena de pueblos. Los campos de lavanda son como su imagen de marca (la lavanda de Hvar es más fragante que la de Provenza, ya que la ausencia de humedad produce mayor concentración de esencias). En bancales asomados al mar se escalonan olivos y viñas; el paisaje de viñedos entre Jelsa y Stari Grad fue declarado por la Unesco patrimonio mundial.
Stari Grad fue la antigua capital, llamada por los griegos Pharos (de ahí deriva la palabra Hvar). Ahora es una población más tranquila que Hvar, pero no carece de calles y rincones de piedra pulida y blanquecina llenos de encanto, y un montón de exquisitos restaurantes y bares en la zona del puerto deportivo. Algunos de los pueblos están semi abandonados, recompuestos a veces por chiflados por la vida rural. Hay un pueblo, Vrboska, que es una deliciosa miniatura; lo llaman la pequeña Venecia porque tiene un canal y, eso sí, muchos puentecitos de piedra, y muy buen ambiente.
Lo que ocupa todo el tiempo el horizonte septentrional de Hvar es la isla paralela de Brac, igual de agreste en su paisaje, pero sin poder competir con Hvar en cuanto a linaje y hermosos edificios. Eso sí, tiene también vinos notables y buenas playas; la más célebre es la de Zlatni Rat (Cabo Dorado), que aparece en casi todos los folletos del país, como señuelo.
‘La negra’
Al sur de estas dos islas, conectada con ellas por línea regular de barcos, está Korcula (pronúnciese Córchula), otra isla bautizada por los griegos: Kórkyra Melaina, “la negra”, por sus bosques. La llegada en ferry es como colarse en la cámara blindada de un banco. Por si la protección natural no bastara, la capital, Korcula, está completamente amurallada. Ocupa una península que semeja el caparazón de una tortuga: en lo alto están la catedral y nobles edificios, y una retícula de callejas desciende en picado hacia las puertas y murallas. La catedral está consagrada a San Marcos, luce en la entrada un león y tiene por retablo un enorme lienzo de Tintoretto. No hace falta aclarar que ésta fue otra niña mimada de la República Sereníssima. De sus bosques salieron muchos troncos que sirven de cimiento a los palacios de la laguna veneciana.
Al margen de su riqueza monumental, lo que a muchos hace peregrinar a Korcula tiene que ver igualmente con Venecia. En una de esas callejuelas que ruedan hacia el mar hay una casa que aseguran fue el solar familiar de Marco Polo. Algunos isleños se jactan aún de ser parientes del mercader medieval. No se sabe con certeza si Marco Polo nació o no en esa casa, lo que sí está fuera de duda es que el hombre había regresado de su largo periplo de 24 años, contaba a la sazón 44, y comandaba una galera veneciana el día en que se libró, ante los muros de Korcula, una batalla naval contra la gran rival de Venecia, la república de Génova, en 1298. Los genoveses apresaron a Marco Polo, lo llevaron a Génova y allí, en la prisión, Polo dictó a un tal Rustichello de Pisa las memorias de su viaje fabuloso hasta Catai (China) y el regreso por Malaca, Ceilán, la India y Persia. Rustichello lo redactó en un dialecto franco-véneto y el libro se tituló Devisement dou monde (Descripción del mundo), aunque pronto empezaría a conocerse como Il Milione o Libro de las mil maravillas.
Korcula, al igual que Hvar, disfruta de casi tres mil horas de sol al año. Y cuando dos isleños se cruzan, se saludan con sólo una palabra: zdravi (sano), a lo que el otro responde veseli (feliz). Que estés bien, y tú que seas dichoso. Sin haber leído a Horacio ni a Ronsard, los parientes lejanos de Marco Polo practican de forma espontánea la sabiduría del carpe diem; ese hedonismo que ha puesto de moda a estas islas dálmatas.